Entre las películas favoritas de este blog está Los juncos salvajes de André Téchiné (1994), una deliciosa película que narra el paso de la adolescencia a la madurez de unos jóvenes franceses durante los duros años de la guera de Argelia. El título viene a cuento del film Las fresas salvajes de Ingmar Bergman (1957) y la fábula de Esopo El roble y el junco que tienen gran importancia dentro del relato de Techiné.
Había una vez, un roble y un junco que vivían al lado de un río. Ambos hablaban y convivían juntos. Cerca del río, siempre corrían tiernas brisas que doblaban al liviano junco, el roble de éste se burlaba:
-¡Ja! Siempre doblegándose a la más leve brisa, entregándose a las manos del viento, en cambio yo, no me doblego, siempre fiel a mi firmeza. ¡Nada puede derribarme!
El junco siempre se entristecía, al ver a su fuerte amigo resistir el viento. Un día, un ventarrón asoló la zona cercana al río, el viento corría con mucha fuerza e impetú, el junco se dobló al viento y así pasó la tormenta, mientras que el roble se resistía al viento, cuando no pudo más y se derribó por completo.
Al otro día, el junco veía a su vecino el roble tirado en la orilla, éste lloraba y se quejaba mientras el junco le replicó:
-¿No te burlabas tú porque me doblego al más leve viento? Pues yo tan solo me doblé ante éste, y tú, por mucho resistirte te has partido.
Conclusión: el orgullo tiene un límite… pero siempre salvajes.
[Fuente de la fábula]
[Imagen: Elodie Bouchez en los Juncos salvajes]